Regresar a casa siempre es un tema, no solo por el reencuentro con la familia y los seres queridos, que no deja de ser maravilloso, después de un tiempo suficientemente largo sin abrazos y sin esa curiosidad latina que tenemos los que vivimos en este lado del hemisferio; si no que también por todo lo que uno deja atrás, experiencias, momentos, imágenes, olores, sabores, personas, todo lo que ayuda a construir el universo propio durante el tiempo que uno se tiró a los brazos de la aventura.
Hoy miro atrás y veo un sin fin de imágenes, que estando allá sentí que serían mas fáciles de reproducir verbalmente a mi llegada, son miles de situaciones que están guardadas en mi mente sin poder salir de ahí, por ningún modo, mas que el de las palabras escritas. Al menos hoy, al menos ayer.
Siento que ahora me impacta de otra forma lo mismo que durante un mes me generó la mas variada de las sensaciones, el abanico mas grande de momentos que se congelaron en mi, para quedarse como la mas preciada de las informaciones y experiencias.
Se vienen a mi cabeza las obras, las calles, mi departamento, Fragonar y nuestro idilio, los cigarros por al ventana mientras escribía, los Museos, Jasper Johns y Rothko, las galerías, una y otra vez, como piezas de un puzzle que en 13 horas de vuelo se desarmó y que no quiero que se me pierdan, no se como guardarlas para que siempre estén ahí, aquí adentro, en mi cabeza.
Estando allá me propuse re encantarme con mi ciudad, no volver a quitarme los anteojos para poder verla sin parar, para ver si después de mas de 30 años habitándola y con un mes de distancia podíamos comenzar una nueva relación, un diálogo mas allá del amor o el odio, un diálogo que quiero comenzar desde un punto cero, abierta a una nueva aventura, ahora en mi país.