miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los treinta y pocos


Cuando uno camina por la calle sin mayor expectativa, y de ese transito sale algo bueno, puede llegar a ser el momento o la circunstancia más especial del año, el mes o la semana.
Para mi éste a sido un año lleno de encuentros callejeros que me han traído tantas novedades, como emociones, sentimientos y procesos mentales que de a poco se van transformando en progresos personales.
Pero más allá de analizar los encuentros y hablar de los míos en forma particular, el otro día, antes de que mis procesos se transformaran en progresos, me encontré con unos amigos, ese día me había encontrado con mucha gente; tantas que tuve tiempo hasta, de hacer una “buena acción del día”.
En uno de estos encuentros casuales aparecieron frente a mis ojos dos grandes amigos, de esos que aunque los dejes de ver con súper frecuencia, siempre serán los abrazadores y besadores oficiales en la vida, esos que  cuando te encuentras la conversación sigue desde el último punto en que quedó, esos hermanos del alma, que sin juicio y con risa acogen desde las penas, hasta las cagadas más grandes que uno puede tener o mandarse.
Las grandes conversaciones que nacen de estos episodios son notables, más allá de la seriedad real de los temas, uno acostumbra a arreglar su propio mundo, el de la gente que nos rodea y aunque parezca exagerado, el de nuestra generación completa.
Así fue como entre medio de unas copas en un acogedor depto. de la calle Estados Unidos, comenzamos a hablar del aporte que nuestra generación, los treinta y pocos, ha hecho a nuestra comunidad, se supone que somos una generación medio perdida, lenta, entre hijos de la dictadura de Pinochet y el no estoy ni ahí del Chino Ríos, que no pertenece a nada concreto, que observa y no lucha, que se sienta sin participar.
Entonces intentamos ver como nos salvábamos de esta, como podíamos salir, tan solo un poco airosos, de este escenario adverso y sin querer ser auto complacientes con nosotros mismos, fuimos desglosando nuestro comportamiento urbano y observamos, que a pesar de ese “no estar ahí” somos una generación en transito que aportó a la nueva urbanidad, nosotros nos adueñamos de las calles, salimos, las habitamos, “dejamos los pies”, el alma. Nuestro espíritu callejero se desarrollo y aporto a todo el posterior desarrollo de la generación pingüina, los estudiantes universitarios y la utilización de las calles como soporte artístico.
Claro, nuestra generación no está perdida, aunque a veces lo sintamos así, el principio de los treinta y tantos es una edad difícil, pertenecemos a un sistema estandarizado y uno vive en un constante Work in progress, estamos en una etapa de estabilidad extraña, por que sabemos que somos adultos, pero en formación, vivimos con la palabra proceso a cuestas y estamos buscando un lugar al cual pertenecer en el mundo.
Llevo un tiempo buscando, levantando piedras, buscando dentro mío, corriendo riesgos, dejando de arrancar, haciendo todo lo posible y asible para encontrar esa estabilidad que durante 33 años se niega a aparecer, pero que cada vez más me hace pertenecer.