Cuando uno camina por la calle sin mayor expectativa, y de
ese transito sale algo bueno, puede llegar a ser el momento o la circunstancia
más especial del año, el mes o la semana.
Para mi éste a sido un año lleno de encuentros callejeros
que me han traído tantas novedades, como emociones, sentimientos y procesos
mentales que de a poco se van transformando en progresos personales.
Pero más allá de analizar los encuentros y hablar de los
míos en forma particular, el otro día, antes de que mis procesos se transformaran
en progresos, me encontré con unos amigos, ese día me había encontrado con mucha
gente; tantas que tuve tiempo hasta, de hacer una “buena acción del día”.
En uno de estos encuentros casuales aparecieron frente a mis
ojos dos grandes amigos, de esos que aunque los dejes de ver con súper frecuencia,
siempre serán los abrazadores y besadores oficiales en la vida, esos que cuando te encuentras
la conversación sigue desde el último punto en que quedó, esos hermanos del
alma, que sin juicio y con risa acogen desde las penas, hasta las cagadas más
grandes que uno puede tener o mandarse.
Las grandes conversaciones que nacen de estos episodios
son notables, más allá de la seriedad real de los temas, uno acostumbra a
arreglar su propio mundo, el de la gente que nos rodea y aunque parezca
exagerado, el de nuestra generación completa.
Así fue como entre medio de unas copas en un acogedor depto.
de la calle Estados Unidos, comenzamos a hablar del aporte que nuestra
generación, los treinta y pocos, ha hecho a nuestra comunidad, se supone que
somos una generación medio perdida, lenta, entre hijos de la dictadura de
Pinochet y el no estoy ni ahí del Chino Ríos, que no pertenece a nada concreto,
que observa y no lucha, que se sienta sin participar.
Entonces intentamos ver como nos salvábamos de esta, como podíamos salir, tan solo un poco airosos, de este escenario adverso y sin querer ser auto complacientes con nosotros mismos, fuimos desglosando nuestro comportamiento urbano y observamos, que a pesar de ese “no estar ahí” somos una generación en transito que aportó a la nueva urbanidad, nosotros nos adueñamos de las calles, salimos, las habitamos, “dejamos los pies”, el alma. Nuestro espíritu callejero se desarrollo y aporto a todo el posterior desarrollo de la generación pingüina, los estudiantes universitarios y la utilización de las calles como soporte artístico.
Entonces intentamos ver como nos salvábamos de esta, como podíamos salir, tan solo un poco airosos, de este escenario adverso y sin querer ser auto complacientes con nosotros mismos, fuimos desglosando nuestro comportamiento urbano y observamos, que a pesar de ese “no estar ahí” somos una generación en transito que aportó a la nueva urbanidad, nosotros nos adueñamos de las calles, salimos, las habitamos, “dejamos los pies”, el alma. Nuestro espíritu callejero se desarrollo y aporto a todo el posterior desarrollo de la generación pingüina, los estudiantes universitarios y la utilización de las calles como soporte artístico.
Claro, nuestra generación no está perdida, aunque a veces lo
sintamos así, el principio de los treinta y tantos es una edad difícil,
pertenecemos a un sistema estandarizado y uno vive en un constante Work in
progress, estamos en una etapa de estabilidad extraña, por que sabemos que
somos adultos, pero en formación, vivimos con la palabra proceso a cuestas y
estamos buscando un lugar al cual pertenecer en el mundo.
Llevo un tiempo buscando, levantando piedras, buscando
dentro mío, corriendo riesgos, dejando de arrancar, haciendo todo lo posible y asible
para encontrar esa estabilidad que durante 33 años se niega a aparecer, pero
que cada vez más me hace pertenecer.