martes, 9 de octubre de 2012

Bloqueo.


Después de un tiempo intentando desbloquear mi cabeza, he decidido aceptar la realidad y trabajar desde ahí, desde el bloqueo, asumirlo como parte de mi estado actual y hacerme amiga de él.

Como buen invitado de piedra, no quiere irse y por más que actúo dándole la espalda, humillándolo y poniéndome por sobre su consistente ego, me persigue sin pudor alguno, con una indignidad desenfadada.
De alguna manera, y créanme, lo entiendo, debe ser fuerte ser un inquilino rechazado, habitar en estados depresivos, vivir siempre, por más paradójico que sea, de la anulación. Como nadie quiere mostrarse junto a este tan poco seductor compañero, ni menos ser débil ni de tan bajo estándar, como nadie quiere ni la auto humillación ni la auto complacencia como herramientas para presentarse frente a la sociedad, he llegado incluso a sentir cierta “afección” por este pobre estado de conciencia.

Mi conflicto era tan grande que había llegado al punto de no poder ni siquiera recuperar la clave del blog, este nuevo habitante en mi cabeza se estaba quedando con todo, desde las contraseñas hasta las direcciones, las rutas y las luces en el fondo del camino. Se empecinaba en taparlas, por que aunque suene siútico y de literatura barata, son esas las luces que nos permiten seguir avanzando, salir del hoyo y no perder la esperanza, aunque a ratos la queramos mandar al carajo.

Hoy, sin embargo amanecí con una nueva disposición, una  actitud “so friendly” frente a las dificultades presentadas por el bloqueo, decidí cambiar de estrategia y empezar a seducirlo, obligándolo a bajar la guardia.

 Partí haciéndome su amiga, deje de darle la espalda, decidí mirarlo de frente y trabajar sobre sus propios miedos, quitándome los míos de encima.

Es que había logrado entrar a lugares inexplorados, me estaba haciendo conocer debilidades que no sabía que tenía, comenzaba a actuar por mi, alejándome de todo lo bueno que estaba construyendo y apoderándose de mi pequeño mundo. Su poder estaba siendo inconmensurable y mi trabajo sin duda era detenerlo. Entonces, y cuando nada aparentaba servir por que claramente esta batalla parecía perdida, comenzó el mismo desagradable inquilino a sembrar en mi un nuevo espíritu guerrero, competitivo y que, sin necesidad de armaduras, me fue empoderando y dirigiendo hacia un nuevo estado de conciencia no dispuesto a ser abolido; y aunque sé que la guerra está empezando y que si alguien le pregunta en secreto quien va ganando, él dirá, con su fuerte ego, que el triunfo es suyo. Tengo la sensación de que la primera batalla la gané yo. 

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