Después de un tiempo intentando desbloquear mi cabeza, he
decidido aceptar la realidad y trabajar desde ahí, desde el bloqueo, asumirlo
como parte de mi estado actual y hacerme amiga de él.
Como buen invitado de piedra, no quiere irse y por más que
actúo dándole la espalda, humillándolo y poniéndome por sobre su consistente
ego, me persigue sin pudor alguno, con una indignidad desenfadada.
De alguna manera, y créanme, lo entiendo, debe ser fuerte
ser un inquilino rechazado, habitar en estados depresivos, vivir siempre, por
más paradójico que sea,
de la anulación. Como nadie quiere mostrarse junto a este tan poco seductor
compañero, ni menos ser débil ni de tan bajo estándar, como nadie quiere ni la
auto humillación ni la auto complacencia como herramientas para presentarse
frente a la sociedad, he llegado incluso a sentir cierta “afección” por este
pobre estado de conciencia.
Mi conflicto era tan grande que había llegado al punto de no
poder ni siquiera recuperar la clave del blog, este nuevo habitante en mi
cabeza se estaba quedando con todo, desde las contraseñas hasta las
direcciones, las rutas y las luces en el fondo del camino. Se empecinaba en
taparlas, por que aunque suene siútico y de literatura barata, son esas las luces
que nos permiten seguir avanzando, salir del hoyo y no perder la esperanza,
aunque a ratos la queramos mandar al carajo.
Hoy, sin embargo amanecí con una nueva disposición, una actitud “so friendly” frente a las
dificultades presentadas por el bloqueo, decidí cambiar de estrategia y empezar
a seducirlo, obligándolo a bajar la guardia.
Partí haciéndome su
amiga, deje de darle la espalda, decidí mirarlo de frente y trabajar sobre sus
propios miedos, quitándome los míos de encima.
Es que había logrado entrar a lugares inexplorados, me
estaba haciendo conocer debilidades que no sabía que tenía, comenzaba a actuar
por mi, alejándome de todo lo bueno que estaba construyendo y apoderándose de
mi pequeño mundo. Su poder estaba siendo inconmensurable y mi trabajo sin duda
era detenerlo. Entonces, y cuando nada aparentaba servir por que claramente
esta batalla parecía perdida, comenzó el mismo desagradable inquilino a sembrar
en mi un nuevo espíritu guerrero, competitivo y que, sin necesidad
de armaduras, me fue empoderando y dirigiendo hacia un nuevo estado de
conciencia no dispuesto a ser abolido; y aunque sé que la guerra está empezando
y que si alguien le pregunta en secreto quien va ganando, él dirá, con su
fuerte ego, que el triunfo es suyo. Tengo la sensación de que la primera
batalla la gané yo.
me alegro, pero cuente la copucha, pue
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