domingo, 10 de abril de 2011

MoMa


Después de ir a MoMa y sumergirme en mi primera experiencia museal, tengo una sensación de apetito voraz. Todo comienza antes de llegar a la obra, con el imponente espacio capaz de recibir a una enorme cantidad de gente. Realmente era como una inagotable máquina productora de todo tipo de seres humanos que transitaban sin descanso por cada una de las salas. Y aunque visitar un museo entre tanta gente puede no ser el mejor escenario, disfruté viendo la importante convocatoria que generan los espacios formales de exhibición. Ver que están activos transversalemente, desde el público hasta el Museo.
El panorama cambia cuando comienzas a recorrer las salas y cada espacio te transporta a un íntimo encuentro con la obra. Cuando logras silenciar a la masa y te introduces en un mundo tan personal, en el cual, por más personas que hayan, no intervienen en tu visita. Solo es uno y la obra, ese objeto idealizado.
Es que, estar frente a un referente histórico, al que hasta ahora no haz podido dimensionar su tamaño real, su textura y su fuerza, es seguramente una de las sensaciones más indefinibles con las que me he enfrentado. Es un juego constante con la emocionalidad, la integridad mental y con los años de un vulnerable acopio de información e imágenes, versus la realidad que nunca más saldrá de la cabeza. Estar frente a la poderosa obra de Pollock, viendo cada trazo y proceso cronológico en su desarrollo, el silencio maravilloso de Rothko, que me hacía volver para asegurarme de que eso era real, la inagotable imaginación de Picasso, su destreza y sus delirantes Demoiselles d’Avignon, gigantes y dramáticas, Cézanne, que cuando chica lo veía en un libro de no mas de 20X20, Man Ray sutil y delicado, tan distante como lo intuía, Wesselmann e Irving Penn en una alucinante Sala solo dedicada a la cocina, los utensilios y artefactos producían la mejor de las escenas domésticas y las obras me hacen reabrir las páginas de mis libros favoritos de Arte Contemporáneo y sentir que ese instante no era un sueño, Dalí y ese surrealismo que no me gusta pero que me emocionó, es que no es solo el trazo o la forma, es lo que ahí hay y que a través de reproducciones nunca había podido admirar, la bandera de Jasper Johns, maravillosa, fuerte, recorrí cada línea y cada estrella intentando empaparme de ella. Un piso entero dedicado a la fotografía, Cindy Sherman Rineke Dijkstra, Barbara  Kruger, Helen Levitt, Robert Frank y tantos otros, que es como un baño inagotable de emociones. Por su puesto Warhol, Linschenstein, Lauri Anderson Klee, Monet, Modigliani y un sin fin de nombres y obras que completan los 6 pisos de un Museo gigantesco. Entre ellos el único representante de Chile en el mundo Roberto Matta y dos obras que te hacen sentir orgulloso y un deseo gigantezco por incorporar a otros.
Poder ver en vivo piezas que son un referente histórico permite crecer y comprender el arte desde el inicio de la obra, comprender el proceso creativo del artista, abrir un área de exploración, comenzar un nuevo e inagotable proceso de ver más, para aprender más. Es abrirle el apetito al conocimiento de la historia, de las materialidades, de cada pigmento, de cada objeto que participa en la construcción de la obra y de los espacios. 

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