Dentro de este universo lleno de gente y de información en cada esquina, hoy, en medio de un barrio donde abundan las tiendas con ropa de diseñador y galerías de arte comercial (que sin duda tienen buena obra), me sucedió algo poco común para un chileno: Encontrarse con una exposición de Damien Hirst, con obras de Keith Harring, Warhol o Lichtenstein, de Frank Stella y Chagall, obras que sin duda aprecié con entusiasmo en las distintas galerias del SoHo. Estaba feliz, aunque, siempre conciente de donde estaba y por que esas obras están en ese circuito. No vamos a agrandar a unas cuantas galerías sólo por que tienen obras de artistas que pertenecen a este lugar, a esta gran industria del Arte.
Dentro del circuito de salas que expele New York, pude visitar dos espacios que me evocaron algo que sentí que en esta ciudad no existía, espiritualidad. Un instante de silencio, un regalo a la mente, a la imaginación y un pequeño instante de reflexión y meditación dentro del caos.
Desde 1979 y en dos espacios paralelos de Dia Art Fundation, Walter de Maria montó dos exhibiciones que no pueden vivir la una sin la otra. De hecho, son una desde 1977, cuando por primera vez De Maria insertó bajo tierra y con una profundidad de mil metros, sólidas barras de latón pulido de dos pulgadas. De eso hoy pude ver solo una fotografía, una hermosa imagen que sirve para comprender los espacios y la obra que hace 32 años se exhibe sin alteraciones.
La primera Sala “The Earth Room”, es un espacio en el segundo piso, de un departamento en pleno SoHo, silencioso y austero, en el cual al subir te encuentras con 22 pulgadas de tierra cubriendo la totalidad de la superficie del departamento, es impactante, extrañamente bello, solemne. Uno puede ver sólo desde la entrada, separada por un vidrio que te distancia de la obra de una forma sutil y práctica, pero no necesitas estar sobre ella. Es un espacio para observar también dentro de uno, dentro del silencio de esa húmeda superficie de tierra, tan orgánica como el espectador. La obra continúa visitando el segundo espacio, “The Broken Kilometer”, a un par de cuadras de distancia, en el cual, alineadas en el suelo hay 500 barras doradas y brillantes de latón pulido, instaladas en cinco filas paralelalas, dentro en un espacio enorme, donde calzan perfectas, como el más bello de los puzles. También se ven con distancia, sin tocar, sin sacar fotografías, solo uno y la obra, por el tiempo que dure la visita, en un extraño viaje al interior que se genera estando ahí.
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